Hechizada by Mary Balogh

Author:Mary Balogh
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-11-16T23:00:00+00:00

Richard pasó las siguientes horas sentado: al principio dentro de la taberna, contemplando una jarra de cerveza en lugar de consumirla, sintiéndose obligado a ordenar otra; y después en el exterior, en una de las mesas colocada en una posición desde la que se podía disfrutar del brillo de sol y de las festividades de la plaza. No deseaba compañía. Siempre había alguien, por lo general todo un grupo, con quien charlar. La mayoría de los hombres parecían contentos de pasar las horas con una jarra de cerveza, mientras sus mujeres y niños se divertían en la feria.

Nora se había retirado a su habitación, supuestamente para descansar. La dejó sola hasta que llego la hora de prepararse para la noche. La encontró sentada ante el tocador, recogiéndose el pelo en un moño alto. Se había cambiado el vestido por un traje de noche de seda azul grisáceo. A simple vista observó que era de manga corta, talle alto, y escote modesto. No estaba pasado de moda pero tampoco estaba a la última. Era el tipo de ropa que se podría esperar que luciera una mujer cuando trabajaba como acompañante y necesitaba verse respetable sin por ello llamar la atención sobre sí misma.

Por alguna razón lo que el vestido daba a entender, y que ella lo llevara lo irritaron.

Sus manos y su pelo permanecieron suspendidos por encima de su cabeza mientras sus ojos se encontraban en el espejo.

Unos brazos delgados y un delicado cuello de cisne, se revelaron a sus ojos. Su cabello era espeso y brillantemente ondulado. Si la sobriedad del vestido tenía la intención de ocultar su belleza, estaba teniendo el efecto contrario.

Entró en la habitación y miró alrededor. Había traído una muda de ropa para las noches que iba a pasar con su abuela, pero mientras subía las escaleras había supuesto que estaría arrugada.

No era así.

Vio sus zapatos en primer lugar cuándo miró hacia su maleta. Estaban alineados uno al lado del otro en el suelo, y si no se equivocaba, acababan de ser pulidos.

—Espero no haber dejado manchas, —dijo ella, todavía mirándole a través del espejo. —No he tenido entrenamiento como ayuda de cámara de un caballero.

—¡Dios mío, Nora! —dijo irritado —No los habrás pulido tú ¿verdad?

—Como me pareció que no te arriesgarías a dejarte afeitar, —dijo ella, —tuve que pensar en otra manera de ganarme el sustento.

Podría haber sido una broma, pero su tono de voz aclaró lo contrario.

Se sentó en una orilla de la cama para quitarse las botas. Sus objetos de afeitado estaban colocados pulcramente en el lavamanos, cada uno en su lugar. Parecía que se elevara vapor de la jarra de agua. Su camisa de noche colgaba en el pomo de una de las puertas del armario, su ropa de noche en la otra. Ambos lucían recién planchados. Lo mismo pasaba con sus pañuelos de cuello, que colgaban del borde del lavamanos.

—¿Hiciste todo esto tú sola? —Preguntó, recordando con una mueca interior cómo le había dicho que podía ser su criada si escogía no ser su esposa.

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